La apariencia en redes sociales casi se ha convertido en una obsesión.Incluso podemos hablar de un estilo de vida en torno a ella. ¿Cuántas veces nos hemos hecho fotos solo para colgarlas en nuestros muros de Facebook, Instagram u otro tablón abierto? El móvil es parte de nosotros. Gracias a él relatamos nuestro “fabuloso” día a día para que los demás nos admiren y nos llenen las publicaciones de “me gusta”.
Pero, ¿qué se esconde detrás de esta búsqueda incesante de atención y admiración? ¿Es la nueva forma de buscar fama? ¿Podría señalar debilidades en nuestra autoestima? Sin duda, es un fenómeno que requiere al menos una pequeña reflexión; el objetivo será reflexionar sobre si realmente subyace algún tipo de carencia afectiva. La apariencia en redes sociales se ha convertido en tema de debate tanto nivel popular como científico. Así pues, vamos a indagar un poco más en ello.
Redes sociales y autoestima
Las redes sociales son unas herramientas que pueden llegar a ser muy útiles tanto a nivel laboral como personal. Por un lado, nos sirven para estar más cerca de nuestros seres queridos y compartir con ellos nuestras vivencias. Colgamos alguna foto de un momento especial, escribimos una reflexión e incluso compartimos música que nos gusta o generamos debate. Por otro lado, también pueden ser utilizadas como medio de publicidad para pequeñas y grandes empresas, autónomos y proyectos emergentes.
El problema es cuando convertimos la apariencia en redes sociales en el centro de nuestra vida, nuestra motivación principal. Ya no solo fotografiamos allá por donde vamos, sino que vamos a lugares expresamente para fotografiarnos. Vestimos de forma concreta para mostrarlo al mundo. Llevamos a cabo acciones para que los demás vean lo que hacemos. Incluso algunas personas han perdido la vida cayendo desde lo alto de un edificio al intentar hacerse el “mejor selfie“.
¿Qué nos lleva a hacer de las redes sociales un estilo de vida? Para ello será importante sacar a la luz la autoestima. La autoestima, según Massó (2013), está relacionada con la valoración que hacemos de nosotros. Puede dividirse en dos componentes:
- La conciencia que tenemos sobre nosotros mismos, es decir, nuestro autoconcepto. Esto es, los rasgos de nuestra identidad, cualidades y características de nuestra manera de ser.
- Este segundo componente es sentimental. Trata sobre el aprecio y el amor que sentimos y experimentamos hacia nuestra persona, nuestros intereses, creencias, valores y modos de pensar.
La baja autoestima influye en cómo nos relacionamos con los demás. El equipo de López-Villaseñor (2014) asegura que las personas con baja autoestima viven las relaciones sociales con ansiedad y miedo al rechazo. De este modo, llegamos a un punto clave para entender el uso obsesivo de las redes sociales. La baja autoestima y el miedo al rechazo se traduce, en muchos casos, en la necesidad imperiosa de buscar la aceptación de los demás.
“La peor soledad es no estar a gusto con uno mismo”.-Mark Twain-
Apariencia en las redes sociales: llenar un vacío interior
Desde la psicología budista se postula la búsqueda de llenar un vacío interior. Al sentirnos incompletos y a la vez frustrados, en muchos casos pasamos a buscar la felicidad en estímulos externos. En el caso que nos ocupa, la buscaríamos en forma de atención y reconocimiento. Así, creamos una falsa felicidad sustentada en opiniones externas.
“Puedes buscar a través de todo el universo alguien que sea digno de tu amor y afecto, pero esa persona no se encuentra en cualquier lugar. Esa persona eres tú mismo”.
Este tipo de felicidad es frágil, entre otras cosas, porque estas ganas de agradar, de encajar cada arista, en muchos casos termina despojando de su identidad a la persona. Podremos ser criticados o, simplemente, podrá no gustar lo que ofrecemos. De esta forma, nuestra autoestima se verá todavía más resentida y dañada.
Otro factor que influye es la volatilidad de la opinión de los demás. Lo que hoy nos gusta, mañana puede dejar de gustarnos. De este modo, que un día tengamos muchos seguidores no es sinónimo de que otro día sigamos teniéndolos. ¿Qué está ocurriendo? Hemos cogido nuestra felicidad y se la hemos dado a los demás. En lugar de coger nuestra felicidad y hacernos responsables de ella, la hemos regalado para que los demás nos hagan felices. Cuando, en realidad, nuestra felicidad depende de nosotros.
Reflexión final
No es oro todo lo que reluce. No todo aquello que vemos en las redes es un reflejo de la realidad. La gente sólo muestra lo que quiere mostrar. La apariencia en redes sociales es demasiado relativa. Nadie suele colgar fotos llorando o pasándolo mal. Si nos fijamos bien, la mayoría de lo que vemos son viajes, fiestas o eventos que suponen cierta relevancia para cada uno de nosotros. “Mira lo que he conseguido, a dónde he ido o lo bien que me lo he pasado”… No caigamos en el error de pensar que las otras personas viven las 24 horas del día “por todo lo alto”.
Frases como “qué bien se lo pasa mi amiga”, “mi amigo no para de hacer cosas”, se escuchan con mucha frecuencia. Sin embargo, si viéramos el día a día de cada una de estas personas, seguramente descubriríamos que no se diferencia demasiado del nuestro. Con nuestros momentos de tristeza y de alegría. Esto nos indica que no debemos creernos todo lo que vemos. Pero también en caso de que otras personas sean felices, qué mejor que alegrarnos por ellas.
A modo de conclusión, subrayar que nuestra felicidad está en nuestras manos, así pues, no la dejemos en manos de la opinión y la admiración de los demás. Por otro lado, cuando les tomemos de referencia no acudamos a las redes sociales, porque quizás no solo hay escaparate más sesgado que ese. Un mundo donde las emociones negativas casi no existen y, por tanto, poco o nada real.
“La alegría no está en las cosas; está en nosotros”.-Richard Wagner-
Francisco Javier Molas López
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