Los avances tecnológicos son rápidamente aplicables al mundo del marketing y nos ayudan a explorar y abrir nuevos canales de comunicación con el cliente. De la marquesina al beacon hay un abismo tecnológico que reside en la posibilidad de acercar y personalizar el mensaje a cualquier consumidor potencial.
Cada novedad tecnológica genera nuevos touchpoints con el consumidor. No sólo el móvil, también los coches, electrodomésticos y wearables. Integrarlos y “trackear” su uso nos permite analizar comportamientos, generar perfiles e identificar nuevos insights. Conocimiento.
Así, la tecnología permite analizar los datos declarados de un individuo y rastrear cómo se desenvuelve socialmente y cuál es su comportamiento con una marca. Qué contenidos ve, cuáles le gustan, cuáles comparte, qué productos compra, por dónde se mueve con un margen de error de medio metro, a qué wifi se ha conectado, cuándo está en casa, cuándo de tiendas, qué contenidos navega y en qué momento exacto hace todo esto.
En definitiva, nos permite conocer a nuestro cliente y comunicarnos con él a través de nuevos dispositivos más personales, más íntimos, más cercanos… comenzar una nueva relación. Y como en toda relación, cuanto más conocemos al otro más debemos respetar lo que le gusta. El uso de todas estas capacidades tecnológicas nos hace responsables y nos obliga a comunicar el contenido adecuado en el momento justo y en el canal correcto. Y ojo porque el consumidor es complicado, único, con poca paciencia, alta saturación y que rara vez da segundas oportunidades.
Por lo tanto señores, si con el uso e integración de la tecnología, conociendo todo lo que ahora nos permite conocer de nuestros consumidores, no somos capaces de conseguir una oferta relacional relevante, o incluso virales (eso sí, segmentados) dediquémonos a otra cosa.
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